Llegar al destino no fue una tarea fácil. Nos llevó varias vueltas de reloj y un ejercicio interno de mucha paciencia y amor a los transportes públicos.
Localizado en un valle remoto a más de 4.000 metros de altura, dicen que Larung Gar acoge a más de 40.000 monjes, monjas y estudiantes budistas.
Desde 1980, el desértico paisaje se ha visto modelado por las miles de casas rojas de madera edificadas entorno al Instituto de Budismo tibetano, transformando al lugar en el epicentro más grande del mundo destinado a estos estudios.
Durante nuestra estancia, el tiempo cambió la fisonomía del valle con sol, lluvia y nieve. Las que no se inmutaron fueron las miradas serenas e inocentonas de sus habitantes envueltos con capas y túnicas que, con curiosidad, posaban sus ojos sobre este par de foráneos vestidos con tejanos.
¿Qué les traerá hasta aquí? Pensarían ellos. ¿Qué motivo les habrá hecho dejarlo todo para dedicarse en cuerpo y alma a la búsqueda de un entendimiento espiritual superior? Pensamos nosotros.
Una vez ya integrados en el ambiente, el reloj dejó de preocuparnos y fue entonces cuando pasamos a disfrutar, por fin, del ritmo lento de los ritos, los cantos y la vida monástica cotidiana teñida de rojo otoño.